Asedio anglo persa Ormuz 1622

Fuerte portugués en Ormuz, en el golfo pérsico, litografía del siglo XVII. Ormuz fue uno de los puertos más importantes del Oriente Medio, desde el que se controlaban rutas comerciales entre la India y el África oriental, una ubicación privilegiada que la convirtió en una de las ciudades más ricas del mundo. Los portugueses controlaron la ciudad y su puerto hasta el ataque anglo-persa de 1622. Fuente: Library of Congress

Ordenó a sus marinos que desviaran su rumbo hacía la cercana isla de Qeshm, donde un pequeño fuerte luso les aseguraba el suministro de agua a Ormuz. El día anterior su lugarteniente había tratado de apoderarse del fuerte con un asalto masivo pero los defensores, testarudos como siempre, lo habían rechazado. Emamgoli era consciente que si no tomaba el control de Qeshm, Ormuz seguiría siendo un cuchillo cristiano apuntando al abdomen del imperio safaví.2

Mientras la soldadesca se disponía entre las palmeras de la isla y cavaba hoyos para guarecerse de las balas enemigas, dedicó Emamgoli unos minutos a rememorar a su padre, que en paz descanse. Había nacido como hijo mediano en una familia feudal de la aristocracia georgiana, los Uniladze, bautizado como Giorgi, en su infancia nunca hubiera imaginado que sería deportado a la Corte irania del sah y convertido en el sirviente predilecto del príncipe más prometedor del imperio, Abbas.3

El padre de Emamgoli experimentó un ascenso vertiginoso junto a su amo mientras le iba haciendo el trabajo sucio: en 1588 asesinó al regente del imperio, en 1602 destronó al reyezuelo de Lar, aliado de los portugueses, y en 1606 destruyó el fortín que estos habían construido en la localidad costera de Gamberún y rebautizó la localidad como Bandar Abbas («el puerto de Abbas»). En menos de 20 años el tal Giorgi se había convertido en el segundo hombre más poderoso del imperio y, antes de morir en 1613, se había asegurado que su primogénito Emamgoli se convirtiera en el gobernador de las provincias meridionales del imperio.

El tercer asalto sobre el fuerte tuvo éxito y finalmente la guarnición de Qeshm fue capturada. Bastó una ojeada para comprender que ninguno de los prisioneros le iban a ser útiles: el necesitaba artilleros y capitanes de barco, no valerosos mosqueteros (de eso ya tenía muchos), así que mandó su ejecución y dispuso que sus soldados vigilaran los manantiales de agua por si a los francos se les ocurría regresar.

1622, aquel sería el año que Emamgoli, gobernador de Fars y Kuh Giluyeh, ocupara un sitio de honor al lado de su padre. El sah Abbas estaba muy ocupado en guerras con el sultán otomano y el emperador mogol de la India, por eso tendría la oportunidad de dirigir la guerra que eliminaría para siempre a los portugueses del Golfo Pérsico. Sin embargo, Ormuz no iba a ser tan sencillo como Qeshm, necesitaba aliados.

Estos llegaron a Gamberún al poco tiempo; eran francos, de nación inglesa y de una religión cristiana opuesta a los portugueses. En 1615 el sah Abbas los había invitado por primera vez a su Corte de Isfahán, esperando que su armada sirviera de contrapeso a la lusa, y el año anterior incluso había hecho enfrentar a representantes religiosos de ambos grupos. Durante años el sah había jugado con la esperanza de los misioneros portugueses de convertirlo al cristianismo con la esperanza de involucrarles en la guerra con los otomanos pero, habidas cuentas que el rey de estos no estaba por la labor, convino en hacerles la vida imposible.

El atraso en el pago de los tributos del reyezuelo árabe Mahmud Shah IV, antaño dueño de Ormuz, Bahréin y parte de la costa del continente, y ahora poco más que un invitado de los francos en su propia isla, no había sido razón suficiente para declarar la guerra; afortunadamente el capitán portugués, Simao de Melo, había decidido desafiar al sah con la construcción del fuerte de Qeshm. Un fuerte que ya era suyo.

Emamgoli inspeccionó los navíos que aportaba la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, cinco de guerra y cuatro de transporte, capitaneados por cierto almirante llamado Woodcok. Serían suficientes para mantener alejada a la tropa de socorro portuguesa y para transportarles a la isla de Ormuz. Volvieron a discutir a propósito de la recompensa que habrían de recibir los ingleses por su auxilio y, obviando deliberadamente el tema de la posesión del castillo de Ormuz, el comandante iranio les prometió la participación en el comercio de la seda. Woodcok quedó satisfecho.4

A Emamgoli le sorprendía el fanatismo de los cristianos francos. Se detestaban entre ellos, aunque las más de las veces utilizaban sus diferencias religiosas para justificar las guerras comerciales que los enfrentaban. Él, como muchos georgianos que servían en la Corte del sah, no había tenido inconveniente en abrazar públicamente el Islam chiita de su patrón.

El 9 de febrero de 1622 las tropas de Emamgoli comenzaron a embarcar en los navíos ingleses y a dirigirse a las playas de la isla de Ormuz. Había reunido a 3000 soldados, de lo mejor que podían ofrecer las provincias iranias de Fars y Kuh Giluyeh: desde caballería tribal turca a mosqueteros de Shiraz, incluso contaba con guerreros veteranos de Lar. El enemigo portugués estaba en clara desventaja numérica: Simao de Melo apenas tenía un centenar de cristianos a su servicio y el resto de sus fuerzas provenían de Mahmud Shah, árabes isleños y desdichados africanos traídos a la fuerza.

Sin el apoyo naval necesario, los soldados de Ormuz abandonaron las playas y corrieron a refugiarse al castillo. Emamgoli chasqueó la lengua: no iba a poder explotar el potencial de la caballería turca. Ordenó a sus fuerzas que tomaran posiciones en la aldea aledaña e incluso envió patrullas a inspeccionar las salinas cercanas, no fuera a ser que Simao de Melo les estuviera tendiendo una trampa.

El asedio de Ormuz

El fuerte de Qeshm lo habían podido tomar por la fuerza bruta, pero con el castillo de Ormuz no podrían hacer tal cosa. No existían en Fars castillos de piedra como aquel. Cuando había tenido que reprimir una rebelión de los caciques de Lar, las fortificaciones de adobe tradicionales no habían sido un impedimento para su ejército, prefiriendo el enemigo abandonarlas y huir al desierto. Los francos, sin embargo, les vigilaban desde muros altos y gruesos y apuntaban con cañones de gran calibre.

Emamgoli quiso dar una oportunidad a la diplomacia y mandó emisarios con la promesa de perdón: no a Mahmud Shah, a quien consideraba apenas un títere de los cristianos, sino al capitán de los portugueses, Simao de Melo. Pero cien años de gobernar esos mares con puño de hierro les había vuelto arrogantes, confiaban que aquel castillo sería suficiente para contener a uno de los mejores ejércitos del imperio safaví.

Mientras iban llegando los cañones del continente puso el comandante a la soldadesca a cavar trincheras en torno al castillo; no era fácil, el suelo de Ormuz era rocoso y avanzaban muy lentamente. Tampoco ayudaba el asfixiante calor de la zona; los hombres caían más por esa razón que por las balas enemigas. Emamgoli no lo tenía demasiado claro: nunca había asediado una fortificación como esta y las historias que había escuchado de sitios similares no le daban demasiadas esperanzas.

El 7 de marzo los portugueses de Ormuz aprovecharon la marea baja para salir del castillo y perjudicar las labores de asedio con cierto éxito antes de ser repelidos. Sin embargo, tras hundir los ingleses al último navío luso que los desafiaba, no tuvo problemas Emamgoli en reparar lo dañado y traer del continente hombres de refuerzo.

Con el auxilio de la artillería inglesa bombardearon los muros enemigos, pero los daños eran superficiales y la respuesta de aquellos era mortífera. Al cabo de un mes, habiéndose acabado la pólvora de los defensores y no pudiendo los otros abrir brecha, la rutina bélica se volvió más silenciosa. Emamgoli lamentaba que en Fars no tuvieran una fábrica decente de cañones y que, como costumbre, el manejo de estos hubiera solido corresponder a los portugueses, precisamente a aquellos con los que estaban peleando.

Siempre le había intrigado la tenacidad de los lusos por mantener su imperio a toda costa y con tan pocos medios. Pocos años antes había conocido a un embajador del rey de estos, García de Silva y Figueroa, que había viajado a Isfahán con la boca llena de promesas sobre una alianza anti-otomana; fracasó en su cometido y, debido a que no era portugués sino castellano de origen, los soldados de Ormuz y de Goa le pusieron muchos problemas. Emamgoli se sorprendía que el rey franco no les hubiera hecho cortar la cabeza.5

La guerra por el castillo de Ormuz continuaba y, con unas temperaturas superiores a los cuarenta grados y las reservas agotándose, Emamgoli confiaba que la perdida de los manantiales de Qeshm les pasara factura a sus enemigos. De todas formas, cada día ordenaba a sus hombres que cavaran más zanjas y con disimulo, que abrieran galerías subterráneas hacía los muros. Puede que los iranios no fueran duchos con los cañones, pero de minar los cimientos de un castillo sabían bastante.

El 27 de marzo por la mañana estalló la primera mina, afectando tanto a un sector de la muralla lusa como a las trincheras persas contiguas. Creyendo desmoralizado al enemigo, Emamgoli ordenó un asalto masivo por aquel sector, pero la guarnición con Simao de Melo a la cabeza peleó fanáticamente por cada pulgada de terreno. Al anochecer la infantería seguía trabada y, a regañadientes, Emamgoli ordenó el repliegue. Otro día la mina sería más precisa y sus espadas más mortíferas.

Al alba del 28 de abril de 1622 un estruendo sobresaltó a los defensores del castillo. Una de las minas había explotado y se había abierto brecha en una de las murallas, desmoronándose parcialmente varias torres. Los daños eran considerables y la apertura lo suficientemente grande como para que los casi 3000 soldados de Emamgoli hicieran valer su número. Consciente de ello, Simao de Melo ondeó la bandera blanca y mandó a parlamentar: más tarde averiguara que, en contra del criterio de Mahmud Shah y del mismo capitán luso, un grupo de amotinados le había forzado a ello.

El portugués solicitó entregarse con el resto de francos a los ingleses mientras pedía que a Mahmud Shah y sus árabes se les concediera una amnistía. Emamgoli no quiso ni oír hablar del tema. Los lusos podrían irse con los bienes personales que pudieran acarrear a los barcos ingleses, pero todo lo demás que estuviera en el castillo le pertenecería a él. El almirante Woodcok protestó que tenía derecho a quedarse con la isla de Ormuz por su ayuda pero, ante la amenaza del ejército de Fars, acabó accediendo a aquel reparto.

Tras esto tomó posesión del castillo y de Mahmud Shah, a quien enviaría encadenado ante el soberano del imperio safaví con regalos. A los que habían colaborado con los cristianos los hizo ejecutar, y a los habitantes locales que habían sido obligados a servirles, les permitió volver a sus hogares. Repartió el tesoro portugués entre la tropa y se adueñó de los cañones que tanto daño le habían causado durante el asedio.

La victoria de 1622, aunque fuera contra aquellos bandidos del mar, dio a Emamgoli un gran prestigio en la Corte de Isfahán. Desde entonces el sah Abbas le invitaría a sentarse junto a generales que habían vencido a las hordas otomanas e indias, escribiendo su nombre en todas las crónicas del imperio. Quien hubiese dicho que la familia Uniladze llegaría tan lejos; la estrella que los guiaba brillaría para siempre.6

Notas

1 Como parte de los planes de la Corona portuguesa por acceder a las especias de las Indias, en 1507 el almirante Alfonso de Albuquerque se apoderó de la estratégica isla de Ormuz, con la que esperaba ejercer presión sobre las flotas comerciales en el Golfo Pérsico y el Mar Rojo. Tras la conquista de Goa (1510) se instauró el Estado da India, que habría de administrar los enclaves conquistados.

2 El imperio safaví (1501-1722) fue un poderoso Estado de confesión chiita con centro en lo que hoy es Irán pero que se extendía hasta Afganistán, Iraq y el sur del Cáucaso. El soberano del imperio era el sah y la aristocracia principal los gezelbash («cabezas rojas»); los súbditos pertenecían a decenas de etnias diferentes (kurdos, turcos, árabes, persas…etc.).

3 El sah Abbas (r.1587-1629) fue el cuarto soberano de la dinastía safaví, comúnmente conocido como «el Grande». Purgó a las facciones políticas autónomas del imperio y reconquistó las ciudades de Ereván, Bagdad y Qandahar a sus enemigos otomanos y mogoles. Recibió muchas embajadas de Europa debido a sus planes de alianzas militares y con el objetivo de vender la seda que producía.

4 La Compañía Inglesa de las Indias Orientales (EIC en su acrónimo original) fue fundada en 1600 con el objetivo de comerciar con los imperios asiáticos y acceder a las valiosas especias. En la India e Irán se enfrentó a los intereses portugueses tanto en las Cortes asiáticas como en batallas navales. En 1757 adquiriría una gran relevancia en la India.

5 García Silva y Figueroa (1548-1624) era un aristócrata extremeño que desempeñó varios cargos de importancia en la Corte de Felipe III antes de ser enviado en 1614 como embajador ante el sah Abbas. Si bien no consiguió del sah la devolución de Bahréin ni una tregua permanente, fue reconocido como el primer occidental en identificar las ruinas de Persépolis.

6 En 1632 Emamgoli Han y el resto del linaje en el Imperio safaví fue exterminado por el nuevo sah Safí (r.1629-1642), aconsejado por otro georgiano islamizado.

Bibliografía

  • Eskander Beg Munshi, Almara-ye Abbasi (Vol. I-II) (tr. Savory, R.). Boulder: Persian Heritage Series (N.28), 1979
  • Giorgio Rota (2000), «Caucasians in Safavid Service in the 17th Century» En Caucasia between the Ottoman Empire and Iran, 1555-1914. Wiesbaden: Reichert Verlag
  • Juan de Persia, Relaciones de Don Juan de Persia. Real Academia Española. Biblioteca Selecta de Clásicos españoles. Madrid, Gráficas Ultra, 1946. http://www.archivodelafrontera.com/e- libros/17894/
  • Luis Gil Fernández (2009), El Imperio luso-español y la Persia Safavida: Tomo II (1606-1622)
  • Madrid: Fundación Universitaria Española
  • Roger Savory (1980), Iran under the Safavids. Cambridge: Cambridge University Press
  • Rudi Matthee(2010), «The Politics of Protection. Iberian Missionaries in Safavid Iran under Shāh ʿAbbās I (1587-1629).» En Contacts and Controversies between Muslims, Jews and Christians in the Ottoman Empire and Pre-Modern Iran. Wurzburg: Ergon Verlag Wurzburg in Kommission

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